Uber en el medioevo | CEO en camiseta

Buen lunes! Hoy en CEO en camiseta:

  • Lanzamiento oficial de Daniela De Lucía

  • Una hilandera, luditas y Uber - y un desafío al final

  • De paso, creemos una ciudad medieval

Y más.

Sí, me encanta escribir. A mis 20 años trabajé de periodista hasta que me echaron, y dejé de escribir por unos cuantos años.

Retomé en 2006, con un blog. Y ya no paré. Y es gracias a vos, que me diste feedback para mejorar, aliento para seguir y felicitaciones para saber qué no cambiar.

Así, hoy publico un artículo que lleva unos cinco meses de horno; me dirás si se pasó o quedó bien cocinado, pero no te pierdas la casualidad que cuento al final de todo. También me contarás qué te parece que tenga imágenes intercaladas - leí por ahí que hace la lectura más amena.

Entre otras novedades, mañana martes Daniela de Lucía presenta su libro "Estás para más" en la librería más linda del universo conocido, Grand Splendid. Será a las 19 horas y va a estar genial.

También esta semana me invitaron a conversar, en el canal TN, sobre estafas con criptomonedas y cómo detectarlas... Para mí era una oportunidad para hablar, claro, del largo plazo. Cuando consiga la entrevista la comparto.

¿En qué estoy trabajando? Además de los clásicos proyectos secretos, tengo muuuchos artículos por la mitad: si algún tema en particular te interesa, avisame. Como siempre, daré prioridad a mis lectores habituales.

Sin otro particular, te saludo atentamente, como me enseñaron en 1985 cuando cursé dactilografía.

Leo.

PD: Si te reenviaron este mail, puedes suscribirte gratis, seguir leyendo o reenviarlo a alguien más a quien le pueda servir. Si no te gusta, mándaselo a tu peor enemigo borrando esta frase antes. Pero no pasó nada, su enemigo pensó que lo trataba de ayudar. Y se hicieron amigos.

S07E12 A toda hilandera le llega su Uber

Cerrá los ojos.

Imaginate que los dejás cerrados y seguís leyendo. 

Es el año 1780, sos una hilandera en un suburbio de Londres, Inglaterra. Caminás por las calles, siempre cubiertas de barro y cosas peores, esquivando puestos de venta, desechos cloacales y caballos, vivos y muertos. Te vestís con retazos que descartan en el taller en el que pasás más de 12 horas, seis días por semana. Retazos, justamente, es lo que te sobra. En el mundo suceden cosas de las que no te enterás. Apenas podés sobrevivir. Todo lo que ganás, dos peniques a la semana, alcanza para algo de comida para tu familia y una ocasional cerveza en la taberna, en donde siempre te miraron raro. Es extraño ver a una mujer, pero te hiciste tu lugar.

Pasan los días, todos iguales. Siempre viviste en la misma manzana en la que naciste. Nunca hubo motivos para alejarse. Pasan las semanas, iguales también. Conocés a la perfección a quienes viven cerca, por lo que los extraños, los forasteros, se destacan. Tal vez es porque sonríen. Pasan los años, en los que repetís no solo tus tareas, tus rutinas, sino también hasta tus pensamientos. La rutina es tan intensa que no te deja tiempo para pensar, siquiera, en que es una rutina.

La peor rutina es la que no percibimos como rutina.

¿Seguís con los ojos cerrados, no? ¿Cómo te sentís? Todo igual, repetido. Ahora, supongamos que, en realidad, no conocés el siglo XXI, no sabés que la vida, el mundo, pueden ser distintos. El siglo XVIII es el tuyo. Es lo que es. Estás bien. Pensás en el momento presente sin pensarlo como un momento ni como un presente. Un gurú de autoayuda estaría orgulloso de vos.

Un día igual a cualquier otro, salvo porque es uno en el que te animás a ir a la taberna, escuchás algo raro: un señor mayor, muy arrugado pero no por los años sino por la vida, un forastero, está hablando como para que lo escuchen todos. “Hay algo nuevo en el taller Bradley, una máquina que teje con ocho carretes al mismo tiempo, en lugar de uno. Necesitan personas para trabajar, pagan más de tres peniques a la semana.” Tiene un acento diferente y habla con intensidad.

La taberna se reparte en una docena de pequeños grupos, todos conversando en paralelo.

-No es posible.

-Pero si siempre lo hicimos así.

-¿Y si es verdad?

Uno de esos viejos borrachos, invisibles, que siempre están mirando su vasito a medio tomar, dice algo que nadie entiende.

-Si la máquina produce ocho veces más rápido y les van a pagar solo 50% más, se están quedando con algo que es de ustedes.

Nadie imagina que así va a comenzar la lucha de clases, pero ésa es otra historia.

-Esa máquina no existe. La vida siempre fue así, siempre lo será. Así como los pajaritos se levantan todas las mañanas, cantan, comen, ponen huevos y duermen.

William siempre es más poético, y eso lo hace interesante. “Hay que mantenernos lejos de esta idea, tan lejos como de los miasmas a través de los que se contagia el cólera. Ya lo dijo el profesor Booth, de inhalar el olor de la carne, la esposa del carnicero obtiene su obesidad.”  

El cura allí presente, porque siempre hay un religioso cerca, interviene con la extraña convicción y calma de quien está seguro de tener la verdad absoluta.

-Dios nos hizo a su imagen y semejanza y, por eso, debemos trabajar duro todos los días, para honrarlo. No existen atajos en el camino del Señor.

En la taberna nadie cree que haya algo nuevo. Nunca creyeron en que algo cambiara, y siempre tuvieron razón.

Cómo vimos el mundo en el pasado condiciona el modo en que lo vemos hoy.

Imagino que no abriste los ojos. Sos la hilandera, que cobra dos peniques a la semana. Sí, cada vez que escuchás la palabra “peniques” sonreís, pero no sabés por qué. Tal vez, sea parte de la rutina, de la vida.

Te imaginás diez, veinte años adelante, haciendo lo mismo todos los días, para llegar a tomar una cerveza semanal. Pensás en tus hijos, también en la misma rutina. Recordás a tus padres y abuelos, haciendo lo mismo. Te preguntás para qué.

-Yo voy a anotarme ya mismo al Bradley. Es hora de cambiar -dice un joven mientras se levanta de su mesa.

Todos lo miran pararse con seguridad, lo escuchan y se quedan callados. El joven da un primer paso firme hacia la puerta y pestañea, como quien tiene su cerebro funcionando a alta velocidad.

Seguís siendo esa hilandera. Apoyás la cerveza y mirás al joven con intriga.

“Es hora de cambiar”, te queda retumbando en la cabeza. “Esta vida es lo mejor que puedo tener”, te respondés, cancelando cualquier idea revolucionaria.

Mientras el joven pestañea, alguien mayor que venía pasando inadvertido, se levanta lentamente. Titubea un poco, sonríe y decide seguir al joven, que ya está abriendo la puerta.

Una persona cambiando es un ridículo, un loco. Pero si una segunda lo sigue, lo convierte en un adelantado. Y, juntos, son protagonistas de un movimiento.

Te cuesta volver a pensar en tu trabajo de hilandera manual, imaginar a tus hijos y nietos haciendo lo mismo. “Es hora de cambiar”, te sigue retumbando en la cabeza. Ya no podés reprimirlo.

El cambio es inevitable: podemos elegirlo o dejar que nos elija.

Nota: comencé a escribir este artículo en diciembre de 2021 pero, justo en el momento en el que lo estaba cerrando (6/abr/2022) la serie que veíamos durante el almuerzo trataba sobre los luditas. Este movimiento nació en oposición a “las máquinas odiosas que producen artículos de calidad inferior”, poco después de que nuestra hilandera entrara a trabajar al taller Bradley. Protestaban pacíficamente, realizaban amenazas y hasta llegaron a destruir esas máquinas. Para lectores más curiosos que yo, recomiendo “Escritos de los luditas”, de Kevin Binfield. Y para los que gustan de los juegos, desafío a encontrar la palabra que pensaba iba con ñ pero no, y la que pensaba que iba con n, pero no.

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3. Y algo que nunca hiciste: crear una ciudad medieval

¡Que te hagas una excelente semana!